Monday, June 17

Ya pasó.

No sé cómo se supone que debo sentirme ahora. No he escrito en esto desde hace ya meses, sino es que el año. No había tenido la necesidad de escribir, después de todo, iba a terapias y tenía la excusa de no vivir de este lado del charco. Pero ahora me di cuenta: tengo que enfrentar mis miedos, tengo que enfrentarme a mí.

No tenía idea de cómo iba a reaccionar al verlo. No lo pensé dos veces al asistir a ese evento; de hecho, yo tenía la fuerte sospecha de que, a pesar de que reside lejos de aquí, la camaradería lo traería. Ya sé como es él. Sinceramente, los lazos con las personas que culminaban parte de su vida en ese momento no eran tan fuertes como para presenciar algún logro. Fui porque en realidad, este nuevo amigo mío me ha ayudado a ver las cosas con más claridad y con menos responsabilidad. Aunque no debo mentirme, había un desdén de orgullo en mi corazón esa noche...

Llegué y tuve suerte. Mi amigo estuvo insistiendo con llamadas de mala calidad, hasta que me pude percatar de que contestarle era inútil, a las afueras de la ciudad mi alerta jamás llegaría. Así que me aventuré, con dos de mis grandes amigas, a pararme en el portón para ver si alguien, de puritita casualidad, se apiadaba de mi y me cedía el paso. La verdad es que Dios hizo de las suyas, porque tan pronto llegamos, nos proporcionaron boletos colorados amarrados a la muñeca, y eso nos abrió la posibilidad. Entré nerviosa, pero no temerosa. En ese momento pensé: Que pase lo que tenga que pasar. Vi a mucha gente conocida, gente que me quiere y me odia. Seguí adelante, como cuando Simba intenta salir de las púas... después de todo, nada puede ser peor que dar vuelta atrás. Veo a mi amigo aproximarse con una calma y con un vaso de licor en mano. Le digo: "Felicidades. Veo que te decidiste por la corbata negra." Y así empieza nuestra plática casual. Lo abrazo constantemente, no sé si era mi emoción por la culminación de sus largos estudios, o si era mi forma de decirle "no me dejes, que tengo miedo."

Sea como sea, cual galán él es, nos llevó a la barra y nos atendió como reinas. Hasta hielo consiguió y todo. De ahí el resto fue historia. Me divertí muchísimo, y me percaté de que la gente no te olvida. Tanto existen malas personas, como lo existen buenas, y estoy orgullosa de haberles dado paso y entrada a todas esas personas que me recuerdan con una sonrisa en cara. Además, conocí a varios muchachos, todos con su forma muy especial de ser, que iluminaron mi noche y me enseñaron una cosa o dos. Tanto me sumergí en mis pensamientos que olvidé que ya lo había cruzado un par de veces. Hasta que apareció su fiel amigo... el tan alegre y aclamado "Lecco". Así me acuerdo de él; mis razones tengo. Rápidamente entramos en calor en el tema que ambos sabemos que solamente tenemos en común: Su existencia. Me comentó que a pesar de no acabar en buenos términos, él me aprecia, y que se "encariñó" conmigo... le creo, porque no tiene ni un pelo de mala persona. Después, le pedí cigarros y se ofreció a convidarme, pero me dijo que tenía que acompañarlo a su auto. Lo que yo no sabía era que, en efecto, íbamos al auto del "famoso aquel."

Allí justo, fue cuando mi corazón comenzó a palpitar. Sentí un diminuto nudo en mi garganta, y se me salió un melancólico "¿Y cómo está?" Yo sé que la regué, pero no podía más con la angustia. Me contestó algo así como: "Muy bien, y ya no sale, ¿eh? Se la pasa en el hospital; le encanta la pediatría. El dice que pediatría es lo suyo." En ese momento, casi suelto la lágrima. Pero recordé mis terapias con éxito: Recordar la realidad. Evitar el sufrimiento. Afrontar el dolor. Por tan encantadora que su respuesta haya sido, mis sentimientos no cambiarían nada. Así que sólo succioné, inhalé tan fuerte como nunca en mi vida. Y seguí. Seguí adelante hacia esa colorida pista de baile, dejando escapar a Lecco con una excusa barata. Y bailé. Bailé hasta que me cansé.

Ahora que lo pienso, yo no debí de haber estado ahí. Eran sus territorios, y estoy segura que lo incomodé. Inclusive, me incomodé a mí misma. Después de un año de exitosas terapias y un correo de Noviembre del cual estoy increíblemente orgullosa, yo estaba ahí. Parada, sentada, tomando, bailando. Nunca lo volteé a ver, sin embargo, en algunos momentos, sentía la cosquilla. Era difícil a veces. Otras era increíblemente fácil ignorarlo. Pero cuanto más el sol vencía la noche, me vencía también a mi. Yo sabía que no importa lo que pasara, no debía voltear. Al establecer contacto, perdería el juego. Mi dignidad. Mi autorespeto. Llegó un momento en el que tuve que salir del lugar... me recargué en un auto cercano, rojo, de modelo no reciente. El guardia me observaba, como protegiéndome y confundiéndose a la vez. Después de unos cinco minutos, entré de nuevo.

Entre risas y alegrías, se asomaba la nostalgia al sentirlo cerca. Casualmente, esas "sentidas cerca" eran muy frecuentes; y dada la enormidad del lugar, a veces mi mente me burlaba pensando que lo hacía a propósito. El pensamiento inclusive burló a mis amigas, pero yo sé que de todas las posibles razones que él tenía para pararse donde estaba parado, yo no era una de ellas. El me dejó claro que cuando dice que no piensa en alguien, definitivamente no lo hace. Estoy segura de que yo no figuro en su vida, y de verdad... yo pensé que él no figuraba en la mía. Y al parecer estoy muy equivocada. ¿Cuándo llegará ese momento? El momento en que de buena fe mi corazón lo suelte. No sé qué le pasa a mis dedos tecleando esto... porque de plano, mi mente no es.

Cuando cayó la mañana, perdí toda esperanza. No habría lugar para ningún "hola", y mucho menos para un "adiós". Así que abrí mis puertas a aquellos que sí deseaban conocerme. Me enriquecieron con sus personalidades, gustos, y formas de hablar. La noche definitivamente fue buena, fue mágica. Pasó de todo, hasta él. Lo bueno de todo esto, es que estuve bastantes horas en su presencia, y pude con eso. Superé ese miedo que me acompañó todos estos meses. Le comentaba a Jill, cada miércoles a las 4 de la tarde: "¿Y qué haré cuando aparezca? ¿Cómo voy a reaccionar?" Y lo que hice fue simple: aguantar como las valientes, y salir de ahí victoriosa, ya que no tuve ningún contacto forzado con él.

Debo decir que estoy orgullosa. Ha mantenido su peso, su risa, su carisma, su versatilidad. Se peina de forma distinta, no hizo ningún teatro, ni dijo incoherencias. No se desfajó a pesar del calor, y me ignoró. Le aplaudo por todo eso. Ahora él es diferente y yo también. Me hubiera gustado que no hubiera hecho lo que hizo, ese crudo 15 de Diciembre. Me hubiera gustado que hubiéramos mantenido la amistad, como lo decía esa carta que le mandé. Que hubiera contestado aquel "inbox" en donde me molesté. Pero ya qué puedo hacer, como me dicen todos: "Rebeca, es mejor así."

En este poco tiempo de soltería que he vivido, debo decir que tengo una perspectiva totalmente diferente de los hombres. Me hubiera gustado entender esto antes, y no haberlo hecho sufrir tanto. También me hubiera gustado que él no me hubiera pagado con la misma moneda, pero supongo era importante para su crecimiento. Ahora somos dos personas distintas, que solían conocerse, y que solían ser los mejores amigos. No sé como después de una década, esto murió. Y quiero hacerlo morir dentro de mi, de verdad. ¿Cómo le hará él? No sé. Pero de lo que estoy segura, es que esa noche me porté a la altura. Dios me dio la fuerza para no acercarme, para no aproximarme, para no sentir que me desmoronaba en el césped. Fue tan piadoso conmigo, que evitó que las luces de la pista me derritieran. Me sostuvo en Sus brazos cuando pasaba a su lado. No sé qué será de mí ahora que lo he confesado y admitido. Confío en que Mi Padre no me va a abandonar, y que seguirá abriéndome los ojos a la realidad.

Cuando llegué a casa, su solicitud de amistad que tanto esperé en aceptar se había desvanecido. Claramente, no quiere saber nada de mi. Supongo que por el "descaro" que tuve al presentarme a ese festejo, después de todo él así piensa. Sea lo que sea que haya sido, su reacción al verme fue negativa y yo tengo que entenderlo. Debo de confesar que di un paso atrás, pero ya no estoy asustada. Porque sé que puedo con su presencia, con su ausencia, con su indiferencia, y con sus mentiras. Cuando lo vi fumando en aquella lejana mesa, corroboré mis sospechas: sigue siendo el mismo pesado de antes. "El que no fuma y el que no me lastima", él se hacía llamar. Y oh, mi grata sorpresa.

Ojalá él me creyera, así se diera cuenta de que se alejó por estupideces. Jamás le falté, más que en la preparatoria. Y esa pequeña falta de niña puberta la traigo cargando hasta acá, hasta mi vida adulta. Varios de mis proyectos se ven truncados por esa fama que yo solita me di. Y la acepto, la entiendo. Pero la gente cambia, y la gente perdona. Yo lo perdoné. Pero no puedo creer que siga pensando todas esas atrocidades que él mismo creó en su mente. Cuando rezo, rezo por él. Para que mi Dios le abra los ojos y lo libere de este dolor. Él piensa que su alguna vez amada lo traicionó, y le mintió, y lo utilizó... si tan sólo supiera que su alguna vez amada sigue aquí, suspirando estas tristes letras, deseando verlo una sola vez más.